sábado, 28 de noviembre de 2009

de dover a oxford

De Dover a OxfordGustave se preguntaba esa tarde: ¿Qué nos lleva inexorablemente al camino de la autodestrucción?¿Por qué tenemos esa parte oscura en nuestro interior que nos hace acabar con nosotros mismos?Quizás halle las respuestas en algún libro, entonces se dirigió hacia su pequeña biblioteca y dió con algo de Psicología, con algo de Filosofía, y con algunos libros de Historia, que tanto le gustaron de coleccionar alguna vez.-Bueno, tal vez una mezcla esencial de los tres géneros me ayude a entender... - se dijo a si mismo en voz alta.-...Tal vez si busco en estos libros, y tal vez si... revuelvo un poco en mi pasado, y en el pasado de la gente que conozco, encuentre una respuesta sensata que cubra mis expectativas.- Pensó Gustave mientras caminaba con unos cuantos ejemplares de pesados y siniestros volúmenes en las manos.Llegó hasta su mesa escritorio, y dejó tres libros a primera vista: El malestar de la cultura, de Freud, una serie de escritos de Kant, algo de Descartes, algo de Sócrates, algo de aquí y de allá...Con eso tenía para empezar.Necesitaba sacar de su cabeza esos pensamientos, necesitaba refrescar recuerdos de lucidez y felicidad... ¿Dónde había quedado todo aquello por lo que soñó alguna vez?Tenía en su mente sólo una imagen que acechaba sus pesadillas mas recurrentes...”la soga en el cuello”. Saltando al vacío anudado en esa soga..La imposibilidad de respirar...de dejar que el oxígeno lleve al cerebro.¿Cuánto tiempo duraría el sufrimiento si lo intentase?Bajó las escaleras desde el altillo donde se encontraba ordenando sus libros... Miró el gris atardecer de Oxford por el ventanuco; la silueta de la ciudad se recortaba en el horizonte, como la de un hombre acostado y dormido, con sus chimeneas humeantes y sus antenas decorando el paisaje...Bajó la vista hacia la calle y la vió...Observando su edificio, juguetonamente, ventana por ventana, hasta que sus ojos se posaron en su figura.Por un instante no existió mas que su mirada clavada en su interior. Hizo el gesto de levantar la mano y saludarla, y ella le devolvió una sonrisa que se le antojó encantadora, surreal, extraña, tal vez, porque en su estado de ánimo había olvidado sonreir...Quiso bajar corriendo a decirle: “Hola, me gustaría invitarte un capuchino, es una trade plomiza para andar paseando tan sola”.Tal vez porque sus piernas eran largas llegó a la puerta antes de lo esperado, y ella seguía ahi¨. Contemplándolo todo, y de pronto se ruburizó al ver a ese tipo alto y desgarbado de piernas largas, recostado contra el umbral del edificio.-...Hola, ¿Qué hacías por aquí?- Fue lo primero que se le vino a la cabeza a Gustave.Ella sonrió y miró hacia otra ventana. Desde donde asomaba la cabeza grande de su novio.-¡Ya bajo, Analía!- le dijo él.Y la sonrisa nerviosa de Gustave se evaporó, dejando otra vez su fuerte ceño fruncido a la vista del gentío que caminaba en las calles de Oxford.“Maldito idiota, maldita sea mi suerte, maldita esperanza”, volvió a su altillo, y se sentó en su sofá de tres cuerpos, con la cabeza entre las manos y sollozando lastimosamente sin lágrimas. Se levantó para ver por la ventana la escena del abrazo entre los amantes, que se fueron perdiendo entre la multitud de cabezas que recorría la tarde...Buscó entre las cajas amontonadas, entre los libros viejos, entre los recortes periodísticos de vieja data, y encontró ese pedazo de soga vieja, larga y corroída.Tiró un extremo hacia la viga superior del departamento y descolgó su punta hasta sus manos. Realizó un perfecto nudo corredizo y se aseguró de atar la otra punta a la reja del ventanal.-Es todo, esto... todo lo que fue mi vida, mi soledad infinita, mis pases mágicos queriendo transformar la angustia en felicidad, la sociedad a la que nunca me adapté, el desaliento diario de un trabajo angustiante y aburridamente monótono, las pasiones desbordadas, la miseria humana que siempre me hace pensar en lo peor de cada uno... -Dijo en voz alta, como tratando de enumerar cada razón que lo condujo hasta allí.Anudo fuertemente la soga a su cuello, y se subió a una silla y se hamacó en puntas de pie. Dejando que su peso hiciera el resto, que el aire empezara a escasear... que su cara se volviese rojiza, pálida, azul...Es irónico que sus últimos pensamientos, esos que lo dejaban ya sin oxígeno en el cerebro, hayan sido el de la brisa del mar...que una vez lo maravilló de niño, en aquellas playas rocosas de Dover.

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