sábado, 28 de noviembre de 2009

World Trade Center

World Trade CenterCharles Aprisse se despertó, como cualquier día normal de la semana, a las cinco y treinta a.m., y mientras se desperezaba y trataba de elaborar una sonrisa que le durase quince segundos de su día, apresuró el desayuno. Bajó corriendo por las escaleras en caracol del edificio, en el que se hacinaba con otros cientos de solteros empedernidos, y llegó hasta la puerta principal, que daba al infierno diario de la calle, cada vez mas atestada, de la parte baja de Los Angeles.Su celular ya le estaba dando las órdenes del dia: recoger portafolios del edificio Chromalux para llevarlo esa misma mañana a Detroit. De allí, previa reunión con el señor Mendelson, nuevas recomendaciones y de vuelta a Los Angeles, para llevar la respuesta a su Jefe de Departamento. Si tenía suerte, y era poco probable, podría dormir en el vuelo unas horas, hasta que la camarera lo interrumpiese con una trivialidad del tipo: “¿Café o agua mineral, señor”?. Y si no tenía suerte, debería arrastrar unos días mas ese insomnio que ya arrastraba gran parte de sus últimos años.Recordaba vagamente la expectativa con la cual se presentó a su entrevista laboral, las pruebas sucesivas de admisión, las presentaciones de rigor, las advertencias de sus compañeros sobre lo monótona que podría convertirse su vida...¿Qué podría perder uno si intentase un par de meses, que a la larga se transformaron en años de servicio como courier?Algunas celebraciones de cumpleaños, algunas amistades que iría olvidando con el paso del tiempo, alguna novia que ya no lo extrañaría.“La satisfacción diaria de saber que uno es un útil engranaje para sostener una parte de la compañía-maquinaria a la que representaba”.Se repetía si mismo con sorna.Y tal vez esto ultimo era lo que más le molestaba de todo, más que el jet lag, más que las horas perdidas en las terminales, más que la monotonía de ver a las mismas cara al final de cada vuelo, perder horas, ganarlas, esperar, correr, llegar tarde y sufrir y maldecir al tráfico, a los taxistas, a su propia vida, y su escasa suerte.Los Angeles, Texas, Nueva York, Detroit, todos bellos nombres de ciudades que, seguramente tendrían lugares maravillosos que visitar, pero que rara vez podía conocer mas allá de la ventanilla del taxi.Y así, día tras día, semana a semana. La alineación laboral se estaba cobrando otra victima, y esta vez podría dar fe de ello en carne propia.“Cómo deseo que algo me saque de este sopor diario que me invade como un cáncer a cada segundo, cómo deseo que todo se aclarase en mi mente, y me dejase pensar con claridad mis nuevos pasos, daría cualquier cosa para que la rutina deje de devorar mis entrañas. Aun a cambio de mi alma...”. Repetía esa oración como un mantra cada vez que sentía que se podía quedar dormido y soñar con un trabajo y un presente que le augure esa cuota diaria de felicidad..Nuevo día. ¿Dónde había despertado hoy? Nueva entrega, Nueva York era el destino.Check- in. Espera, abordaje, tomar su asiento del lado de la ventanilla. Cerró los ojos. Esta vez pudo conciliar el sueño.¿Por qué será que mientras dormimos soñamos que volamos, que hacemos cosas que en la vida diaria son imposibles? ¿ Por qué podemos ser felices y que resulte intangible?...Lo despertaron los gritos, una brusca turbulencia y el movimiento repentino del avión que tomaba un cambio radical de dirección.Pudo ver apenas con sus ojos entreabiertos, entre su somnolencia, las caras de pánico de los otros pasajeros, las personas de pie con esas extrañas cintas en sus cabezas, sus cuchillos amenazantes en sus manos, y de pronto, una sensación de espanto se fue apoderando de su cerebro, cuando fue comprendiéndolo todo.Miró por la ventanilla del avión, y observó como la silueta de Nueva York se acercaba peligrosamente a toda velocidad. Trató de entender, de racionalizar todo aquello, pero al ver como inevitablemente chocarían contra un edificio en cualquier momento, buscó en sus pensamientos algo que lo consolase. Algo que le quitase esa sensación de muerte que llevaba consigo todos estos años... Y sólo encontró ese mantra que repetía cada vez que conciliaba el sueño... Tal vez sus últimas palabras hayan sido las mas adecuadas para la ocasión: “Aún a cambio de mi alma”.

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